El 11 de septiembre (11-S) de 2001, cuatro aviones de pasajeros fueron secuestrados por terroristas suicidas. Dos de ellos colisionaron contra las torres gemelas del World Trade Center y ambos edificios se derrumbaron, quedando reducidos a escombros. Un tercero tuvo por objetivo la sede del cuartel general del Departamento de Defensa estadounidense; como consecuencia del impacto, el Pentágono resultó parcialmente destruido. El cuarto avión, que tras ser secuestrado había variado su rumbo para dirigirse hacia Washington, se estrelló al sur de Pennsylvania después de que los pasajeros, enterados de las anteriores acciones suicidas, se enfrentaran a los terroristas.
Como consecuencia de los atentados fallecieron aproximadamente 3.000 personas. Los ataques, preparados minuciosamente, se convirtieron en la prueba más evidente del nivel de organización y de capacidad destructiva de la organización terrorista internacional Al-Qaeda (en árabe, ‘La Base’), fundada y dirigida por el saudí Osama bin Laden.
Las reacciones no se hicieron esperar. Se declaró el estado de alerta Delta, todos los vuelos sobre territorio estadounidense quedaron suspendidos, los vuelos internacionales fueron desviados hacia Canadá y el espacio aéreo se reservó únicamente a cazabombarderos y helicópteros de las Fuerzas Aéreas. Además, las fronteras con Canadá y México se cerraron indefinidamente y se declaró el estado de emergencia en Nueva York y Washington.
Los atentados del 11 de septiembre supusieron el punto culminante de la campaña iniciada por Al-Qaeda contra Estados Unidos tiempo atrás; a ella habían estado vinculados anteriores hechos: la explosión de un coche bomba en el World Trade Center en 1993; la de un camión bomba en la base militar estadounidense de Dhahran (Arabia Saudí) en 1996; la de sendos coches bomba en las embajadas estadounidenses de Nairobi (Kenia) y Dar es-Salaam (Tanzania) en 1998; y la de una lancha bomba que tuvo por objetivo al destructor estadounidense USS Cole en Adén (Yemen) en 2000. Bin Laden, quien había declarado la yihad contra Estados Unidos, apareció, por tanto, como máximo responsable de la muerte de millares de personas; su captura pasó a ser cuestión de Estado para la Administración del presidente George W. Bush. Así, el nuevo eje básico de guerra total contra el terrorismo internacional provocó un giro radical en la política estadounidense, que dio como resultado la creación de un nuevo Departamento de Seguridad Interior y un cambio en las legislaciones. Este último punto tuvo profundas implicaciones para las libertades civiles, en ocasiones cercenadas para salvaguardar la seguridad nacional.
Como resultado de las pesquisas policiales, numerosos sospechosos de haber participado en los ataques del 11-S fueron capturados y trasladados a la base militar estadounidense de Guantánamo. Asimismo, antes de que acabara el año 2001, Estados Unidos invadió Afganistán al frente de una amplia coalición internacional y acabó con el régimen talibán que daba cobijo a Bin Laden, aunque la captura de este no se produjo.
Como consecuencia de los atentados fallecieron aproximadamente 3.000 personas. Los ataques, preparados minuciosamente, se convirtieron en la prueba más evidente del nivel de organización y de capacidad destructiva de la organización terrorista internacional Al-Qaeda (en árabe, ‘La Base’), fundada y dirigida por el saudí Osama bin Laden.
Las reacciones no se hicieron esperar. Se declaró el estado de alerta Delta, todos los vuelos sobre territorio estadounidense quedaron suspendidos, los vuelos internacionales fueron desviados hacia Canadá y el espacio aéreo se reservó únicamente a cazabombarderos y helicópteros de las Fuerzas Aéreas. Además, las fronteras con Canadá y México se cerraron indefinidamente y se declaró el estado de emergencia en Nueva York y Washington.
Los atentados del 11 de septiembre supusieron el punto culminante de la campaña iniciada por Al-Qaeda contra Estados Unidos tiempo atrás; a ella habían estado vinculados anteriores hechos: la explosión de un coche bomba en el World Trade Center en 1993; la de un camión bomba en la base militar estadounidense de Dhahran (Arabia Saudí) en 1996; la de sendos coches bomba en las embajadas estadounidenses de Nairobi (Kenia) y Dar es-Salaam (Tanzania) en 1998; y la de una lancha bomba que tuvo por objetivo al destructor estadounidense USS Cole en Adén (Yemen) en 2000. Bin Laden, quien había declarado la yihad contra Estados Unidos, apareció, por tanto, como máximo responsable de la muerte de millares de personas; su captura pasó a ser cuestión de Estado para la Administración del presidente George W. Bush. Así, el nuevo eje básico de guerra total contra el terrorismo internacional provocó un giro radical en la política estadounidense, que dio como resultado la creación de un nuevo Departamento de Seguridad Interior y un cambio en las legislaciones. Este último punto tuvo profundas implicaciones para las libertades civiles, en ocasiones cercenadas para salvaguardar la seguridad nacional.
Como resultado de las pesquisas policiales, numerosos sospechosos de haber participado en los ataques del 11-S fueron capturados y trasladados a la base militar estadounidense de Guantánamo. Asimismo, antes de que acabara el año 2001, Estados Unidos invadió Afganistán al frente de una amplia coalición internacional y acabó con el régimen talibán que daba cobijo a Bin Laden, aunque la captura de este no se produjo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario